¿Cómo representar el vacío? ¿Cómo dar figura al viento o al aliento? La tarea no es sencilla. Más aún cuando, como en el caso de Diana Randazzo, se alude a un vacío que está, al mismo tiempo, lleno. Esta situación paradójica (al menos para una mente occidental) vuelve en su obra una y otra vez materializándose, en Aliento–Espíritu, en la figura de la pluma.
¿Qué mejor que la pluma para captar el viento invisible que deja su huella en el leve movimiento de las barbas plumosas?
Pero el viento invisible no es el objeto último de la referencia sino lo que está por detrás: el Espíritu transformado en aliento de lo que está vivo. Así el espíritu inmaterial desciende a la materialidad de la naturaleza convertido en pluma o en paisaje, como también en ser humano captado en el registro de la mano que mueve el pincel.
Dos órdenes de representación coexisten en la poética de Randazzo: el de la naturaleza, captada por la fotografía, y el del gesto irrepetible de la artista captado en la huella del trazo del pincel. Se trata de un orden figurativo, por un lado, y de otro abstracto. Unidos en una significación complementaria superan la frontera de la mímesis como imitación.
El orden figurativo (pluma, planta, árbol, roca, montaña, cielo, agua) es símbolo de la energía inagotable de la naturaleza. Y un impulso vital similar es el que registra la “danza” del pincel.
“Sólo creeré en un Dios que sepa bailar”, decía Nietzsche. Y la naturaleza, como ese Dios dionisíaco, se mueve en giros insospechados que sólo algunos alcanzan a ver.
Fusionados en una misma energía, naturaleza-aliento-espíritu-pincel conforman un todo que incluye tanto lo lleno como el vacío. Un vacío perfecto que resuena, idealmente, en la amplia categoría de lo existente.
Como sabemos, todo tiene una génesis. Entonces, si deconstruimos el discurso que Randazzo pone en imágenes, encontraremos que la serie Aliento-Espíritu es, de algún modo, el alter ego de otra anterior, Íntimo.
Podemos decir, en otras palabras, que en las obras que integran Aliento-Espíritu se despliega el fondo metafísico de Íntimo. Ya no se trata de espiar subrepticiamente la íntimidad, de hurgar en los huecos de la memoria, sino de elevar la mirada y detenerse en el inmenso paisaje, en sus cielos, en sus aguas o en el leve vuelo de una pluma.
En la nueva serie se produce el pasaje del yo íntimo al yo universal. Si la anterior se centraba en lo psicológico, la segunda direcciona hacia lo filosófico. Ya no responde al “inmiscuirse” (para retomar una expresión de la artista) en la intimidad sino al anhelo de tocar el fondo que todo lo sustenta. Un fondo único que, en el imaginario de Randazzo, resulta ser el aire. No el fuego (Heráclito), ni el agua (Tales), ni el ápeiron (Anaximandro) sino el aire (Anaxímenes) convertido en arché, en substancia elemental, en principio común a lo diverso.
Como el fuego o el agua, el aire (pneuma) se encuentra en constante cambio. Más allá del ápeiron indefinido, inmaterial e infinito -como principio que su maestro Anaximandro incorpora-, Anaxímenes conecta lo ilimitado a un elemento invisible pero material: el aire. Sus opciones monistas se diferencian de las de filósofos pluralistas como Empédocles, quien afirmó que el agua, el aire, la tierra y el fuego eran los cuatro elementos esenciales que servían de fundamento del universo.
Interesada en la filosofía, Randazzo encuentra motivación en el “élan vital” bergsoniano, es decir, en el impulso que alimenta la existencia del ser vivo. Más allá de todo mecanicismo, Bergson asocia ese impulso al Espíritu que es conciencia desplegada en un devenir impredecible. De allí el título de su libro La evolución creadora.
El “puro placer de intimar” al que hace referencia Randazzo en la serie Intimo, pasa a ser goce de lo trascendente, de acuerdo con una conciencia ampliada y orientada tanto por el inconsciente colectivo jungiano como por el budismo zen.
A diferencia del placer que contenta, el goce nos pone en un estado de pérdida que Lacan identifica con el objeto a, el Gran Otro.
En Aliento-Espíritu ese Gran Otro pasa a ser el trasfondo de vacío que se oculta o retrocede y que puede llegar a ser aprehensible a través de un cierto “lleno”. Es lo que también se puso de manifiesto en los planos monocronos despejados de la serie Intimo que contrastaban con figuras concretas del mundo de lo privado, como los guantes de la madre o el pañuelo de la abuela.
Lo que se oculta o retrocede es parte fundamental del universo de Randazzo. De allí la idea de “pasar al otro lado”, tal como sugiere el pliegue de sus libros, el juego de espejos y situaciones más individualizadas, como la del guante cuya superficie de cuero es atravesada por un ribete del que sólo vemos la fracción que se nos enfrenta mientras que la otra –la que está del otro lado- se oculta.
Cuando logramos “pasar al otro lado”, podremos ver el arché. Como ya señalamos, Randazzo descubre en el aire ese fundamento transformado en aliento que nos acompaña a lo largo de nuestro transitar por la vida, desde momento en que nacemos hasta que morimos. Podríamos pensar en una especie de eterno retorno ya que la pluma, al adoptar a veces el aspecto de un capullo, hace pensar en lo que todavía no se acabó de dar.
Una situación similar de apertura es la que se manifiesta en Aliento–Espíritu a través del trazo de la tinta en una sola pasada que recuerda al Enso o círculo zen de la plenitud y la iluminación. Al igual que los trocos nudosos irregulares que suspenden la lectura lineal del paisaje, esas figuras circulares se alejan del cierre matemático ideal para dar cuenta de la imperfección inherente a la realidad concreta.
Todos temas conectados al budismo zen que nutren el transitar de Randazzo entre Oriente y Occidente y que se materializa no sólo en los contenidos sino también en las técnicas utilizadas. En efecto, en sus fototintas se unen ambas culturas por el uso del sumie y el shodo, por un lado, y de la fotografía en su desarrollo digital contemporáneo, por otro. Un modo de unión del pasado con el presente.
Con una impronta próxima al minimalismo, las fotografías de Randazzo -en su mayoría macrofotografías- pasan por un proceso de posproducción que, más allá de lo incontrolable de la cámara, permite el despojamiento de todo lo accesorio. Recién en esa instancia de depuración, y luego de un largo momento de concentración y meditación, se produce la “danza” del pincel, el trazo espontáneo que pone en evidencia lo irrepetible del proceso creativo.
Debemos agregar que en las obras que integran Aliento-Espíritu resuena un tipo de misticismo inspirado en la naturaleza como ejemplo de espiritualidad, difícilmente representable. A esta situación de irrepresentabilidad se refiere Borges en “El fin” recurriendo a la metáfora de la llanura.
Hay una hora de la tarde en que la llanura está por decir algo; nunca lo dice o tal vez lo dice infinitamente y no lo entendemos, o lo entendemos pero es intraducible como la música.
El universo plástico de Randazzo no puede ser traducido, pero puede ser experimentado, como el aire que penetra en nuestros pulmones y, sin que lo veamos, permite “simplemente” estar vivos.
Elena Oliveras