“Geologias de lo humano”
Invisibles devenires de la forma que se instalan en un tiempo generado desde adentro. Morfologías sensuales en constante metamorfosis se enlazan y desenlazan, en juegos silenciosos, floreciendo, madurando en los interticios, en los bordes, triunfando en la textura óptica de los elementos formales. Las últimas obras de Diana Randazzo, confirman la idea de un universo organizado como un cosmos. Sus telas prolongan la idea del origen, más exactamente, de la suspensión de la materia desde su origen. Origen que se cifra en sucesivas explosiones intestinas. Ecos de vegetaciones que ramifican en fluídos ancestrales, transformándolos en masa calorífera y densa. Van desde una organicidad cálida descendiendo poco a poco a la luminosidad de los primeros días. Jugando a las semejanzas, nos queda un tiempo hecho cuerpo repartido. Fragmentos, visiones de la líquida materia de la vida. Cartografías de lo humano, de esa humana naturaleza que se organiza imitando el acontecer de todo lo vivo. Randazzo concibe sus obras como espejos de las mutaciones que transcurren entre el espíritu y la materia. Obra más mental que corpórea, que se afinca en la visión interna, espaciando la quietud del movimiento, accionando el fluir de sus pulsos vitales.
Este micr5oscopio uterino-interino nos confirma como réplicas disipadas de un complejo universo, bien unido y ordenado, aún en sus caóticas floraciones y estremecimientos gestantes. La obra conforme a una dinámica interna, como parte que se despierta a sí misma, se modifica y se hace tal como ella quiere, y también hace que los derivantes y los acontecimientos parezcan como ella quiere.
Sutil tropismo que se cumple siguiendo el rito de la naturaleza, abrazando el mundo secreto de la gestación.
Imágenes que son complicadas visiones de mutaciones consistentes. Fuerza vital. Elan vital que es exhalación de la sangre, célula ancestral o planeta interior.
El cuerpo que nos circunda es ahora el soplo nacido en ese cuerpo, a la vez que torbellino interior de la naturaleza.
Explorar el universo poético de Diana Randazzo es adentrarse con una linterna en el tejido vivo, en el intrincado entramado de lo sensible y de lo suprasensible. Es ver, a la manera de un Dios demiurgo, todos los espíritus desnudos de esos vasos materiales, de las cortezas y superficies opacas del cuerpo.
Verbo morfológico, imágenes narrantes de nuestros fluídos laberínticos. Pintura que es pintura de nosotros mismos. Autorretrato colectivo de la especie humana. Expansión del laberinto, no sólo en un sentido espacial, sino también mental. Transformaciones lentas, que me hacen avanzar, subir caer y vuelta a subir. Caer y subir en una materia que no es aire ni líquido ¿Acaso es Eros deseo a punto de abismarse? Vértigo de la ascensión, del crecimiento, del pasaje del estado de la semilla a fruto. Estados inestables de la materia. Desequilibrios que mudan una y otra vez la humedad interna de lo vivo. Es estar en relación con el centro de gravedad, pero sólo transitoriamente para reposar y luego dejarse fluir nuevamente. Nos transformamos, ¿es acaso una pérdida de identidad como la muerte?. Nos transformamos, la identidad pretérita ya no existe.
¿Dónde estoy? En la x la vida. En un mundo que la artista cartografía a través de sus sentidos, que lo habita con el propio sentido de su cuerpo, germinando visiones de lo curvo. Mares de colores curvos, astros y tierras curvas, con sus canales y puentes de orgánica expresión.
Trompe l`oleil que me invita a tocar superficies rebosantes de vida plena. Exhaltación de vida. Mundo sentido que es aventurarse en la percepción interna, espejando lo invisible, haciendo con la pintura. Geologías de lo humano. Geomundo. Humus-mundo. Logos de ese mundo. Aguas de vida que son el caldo nutricio de múltiples explosiones de vida. Lo interno, lo recóndito que se abre con una luz que no es solar, sino germinal, primordial. A la manera del esperma del mundo, la célula primera que inicia la vida y la historia de las vidas venideras. Volver al día del comienzo. Ser el eje de la rotación de las generaciones. Cartografiar e historiar los sucesos de la célula primigenia y sus incontables divisiones, florecer engendrando y estableciendo nexos con lo celeste. Alquimia vital y generatriz de las visiones estéticas, en una obra que expresa cómo ese verbo orgánico se filtra, coagula y se disuelva, abriendo luz y belleza por los poros de la sensibilidad.
Claudia Laudanno
Setiembre de 1994